LIBERTAD

No sé, a veces siento que estoy desperdiciando mi existencia, por cumplir con los cánones de vida que la sociedad nos ha impuesto.

Nacer. Educación infantil. Educación primaria. Educación secundaria. Bachillerato. Universidad. Futuro. Dinero, familia, casa, estabilidad, trabajo, provecho, salidas, éxito, crecer, madurar, seriedad, ganancias, empresa, trabajo, futuro, dinero, dinero, dinero, dinero, dinero. En eso se resume todo. "Estudia para tener un buen futuro", te dirán. Porque claro, un buen futuro es trabajar ocho horas diarias en un cubículo de cuatro por cuatro, si llega, con la remuneración justa para pagar el alquiler del piso miserable en el que vives. Y a veces, si hay suerte, puedes irte de vacaciones a Benidorm y sacarte un par de fotos en las que mostrar lo estupendísima que es tu vida, para luego regresar a tu piso asqueroso y al día siguiente volver de nuevo a tu oficina de mierda. Qué futuro tan maravilloso ¿verdad?

Pues no. ¿Y si yo quiero ser escritora, viajar por el mundo observando aves, hacer fotos, dirigir películas, diseñar casas en los árboles, enseñar a cocinar, domar caballos o incluso tener mi propia empresa de zumos naturales? No, eso no es válido. ¿Y sabéis por qué? Porque siendo cualquiera de esas cosas estás consiguiendo vivir con una libertad inmensa, propia e individual, y obviamente, eso no es un buen futuro.

Esta sociedad nos habla de libertad pero a la hora de la verdad nos dicta cuando usarla. La libertad es eso que todos deberíamos tener pero que nadie puede permitirse. Porque si quieres "un buen futuro" debes sacrificar el derecho que tienes a ser libre. La libertad dictada no es libertad. No.

Vida. Sueños. Metas. Felicidad. Libertad, viajes, sentimientos, sonrisas, vuelos, caminos, amigos, corazón, carcajadas, miradas, brillo, ganas, sueños, libertad, vida, vida, vida, vida, vida... Así debería ser.

Cuestionémonos si realmente estamos eligiendo cómo vivir nuestra vida. Cuestionémonos si realmente la estamos viviendo.

EL MAYOR MIEDO [05 Y 06]

Oigo ruidos aterradores tanto a mi espalda como detrás de la puerta que estoy a punto de abrir, la 05. Ya ni figura el número escrito en ella, pero llevo bien la cuenta. Esta puerta está destrozadísima, pero aun así soy incapaz de ver o ni siquiera de intuir lo que me espera tras ella, así que la cruzo. Al entrar en el quinto vagón casi me caigo al suelo, ya que una fuerte ráfaga de viento me azota en la cara, en el pecho y en todo mi cuerpo. El vagón prácticamente no tiene paredes, está todo destrozado y de la velocidad el aire entra en él coronándose como el pasajero con más presencia. Y mira que eso es complicado teniendo en cuenta el tamaño y apariencia de los demás, quitándome a mí, obviamente. Yo me hago cada vez más diminuto, el miedo me consume. Aunque en parte es entendible viendo como seres horribles y aterradores, más horribles y más aterradores aun que los que ya he visto en este gusano mecánico del demonio; se acercan a mí con cara de maldad. No sé qué piensan hacerme, pero no voy a darles la oportunidad. Corro. Corro. Parece que no avanzo. Corro. Y mientras corro observo que a mi derecha algo se está colando en el vagón a través de la pared inexistente, algo asqueroso y aterrador. Algo con uñas extremadamente largas, uñas que dejan marca allá por donde rozan. No quiero esperar a ver qué ser monstruoso tiene el placer de portar esas garras. Así que corro. Más aún. Corro. Corro. Y corro. Y por fin... 06.

Estoy exhausto y sudando más que en toda mi vida. Por temblar me tiemblan hasta las neuronas. Pero en vez de seguir preguntándome qué sería aquello de lo que me acabo de librar al escapar del quinto vagón; levanto la mirada y observo la siguiente puerta. La sexta de todas las que llevo parece estar en perfecto estado. Tiene la placa con la inscripción "06" perfectamente legible, también está pintada con todo detalle, sin desconchones, arañazos o manchas. Todo está como recién comprado, y curiosamente tengo la sensación de que algo va terriblemente mal, el miedo no me ha abandonado. Mejor dicho el miedo se ha apoderado de mí todavía más, y no entiendo por qué. Finalmente tardo unos segundos, pero abro la puerta que se yergue frente a mí. Soy yo. Soy yo en un vagón en perfectas condiciones. Soy yo mirándome con la peor cara de odio que te puedas imaginar. "¿Por qué no dejas de huir? Cobarde..." Solo sé decirme eso. Solo me dice eso. Y lo peor es que sigo teniendo miedo...

Se acabó. El metro se para.

PARTE 3/3

EL MAYOR MIEDO [03 y 04]

"03". Eso es lo que pone en la puerta que estoy a punto de abrir, la puerta del vagón número tres. La verdad que ya no sé qué esperarme, creo que he cogido el peor metro de todo el mundo. Sinceramente tengo miedo, el corazón me late tan rápido que ni lo noto, y las manos me tiemblan. Pero aún así acciono la manilla de la puerta y la cruzo sin pensármelo mucho. Entro, cómo no, mirando al suelo. Y al haber dado menos de tres pasos en el interior del vagón, veo que una especie de ciempiés gigante me pasa por encima de un pie y comienza a rodear y trepar por mi pierna. Yo pego un salto con la intención de que ese bicho se aleje de mí. Y es en ese momento cuando levanto la cabeza y observo el interior del vagón número tres. Veo que un montón de réplicas del ciempiés de antes se mueven de aquí para allá. Millones de moscas asquerosas revolotean por el aire. Pero lo peor de todo es que en el vagón donde me encuentro no hay pasajeros humanos. No hay personas ocupando los asientos, sino que sentados en este vagón se encuentran animales monstruosos y de lo más desagradables: gorilas enormes con los ojos ensangrentados y la piel llena de heridas; reptiles extrañísimos con colmillos puntiagudos; serpientes negras con cabezas de más y criaturas las cuales soy incapaz de describir con palabras; en resumen, monstruos. No puedo, definitivamente soy incapaz de sentarme en ningún sitio, así que avanzo con intención de alcanzar la puerta de salida de este terrorífico 03, aunque esta vez no miro al suelo, al contrario, miro a todos lados intentando mantenerme alerta ante aquellas criaturas. Doy uno, dos, tres, cuatro pasos hasta que oigo algo resquebrajarse. Cinco, seis, las paredes del vagón se están agrietando. Siete, ocho, nueve, tengo que salir de este lugar ya de ya. Diez, once, doce, por fin, me encuentro ante la puerta 04.

La puerta de acceso al cuarto vagón no es como el resto, esta está arañada, desgastada y algo rota; lo cual no me transmite para nada confianza, pero supongo que prefiero averiguar qué hay tras ella que volver al anterior vagón. Mala decisión. Este no tiene cristales en las ventanas y en él no hay ni animales ni personas, y por desgracia tampoco está vacío. Me horroriza la imagen que tengo ante mis ojos: seres del abismo, demonios gigantes, aterradores, con alas, con garras enormes, con colmillos llenos de sangre, con cuernos largos y afilados. Demonios con mirada desgarradora y penetrante, la cual hace que una gota de sudor frío y silencioso resbale por mi cara y mi cuello. Tengo demasiado miedo como para hacer nada, todos y cada uno de estas criaturas terroríficas me miran con sus miles de ojos. Siento pánico. Corro. Corro mucho y muy rápido. Corro pero no consigo alcanzar la salida, este vagón parece interminable, infinito. Pero no, finalmente consigo agarrar la manilla, bajarla y salir. Estoy sudando, solo quiero salir de este gusano de vagones horribles, pero no puedo. Me espera el siguiente.

PARTE 2/3

EL MAYOR MIEDO [01 y 02]

Estoy en mi zona de confort, en mi ciudad, en Madrid. Concretamente me encuentro en su subsuelo, dentro del hormiguero infinito que hay bajo esta ciudad: el metro.

Me dispongo a bajar las escaleras rumbo a las vías que me conducirán a mi destino. Y aunque en este momento no me percate de ello, el metro está vacío, no hay nadie esperando en el andén, ni comprando billetes, ni siquiera vigilando que nadie se cuele... Finalmente paso por alto este detalle y me siento a esperar a mi transporte. Pasado un rato y extrañado por la tardanza, dirijo mi mirada hacia el panel luminoso en el que pone los minutos restantes para la llegada de los vagones, y para mi sorpresa me lo encuentro apagado. No entiendo nada...

Por suerte soy paciente y al poco llega el metro, ahora sí, aparentemente normal. Me subo en el primer vagón ya que me pilla más cerca y sin mirar a nadie me siento, intentando pasar inadvertido, como siempre. A pesar de no querer mirar a la gente, no puedo evitarlo y los ojos se me desvían justo enfrente de mí, lugar en el que se encuentra una pareja de mujeres las cuales aparentan tener problemas relacionados con sustancias de esas ilegales. Incómodo por la situación decido mirar a otro lado, y me percato de que unos cuantos asientos a mi derecha hay un hombre solitario con una botella en la mano. Desde mi asiento puedo oler el tufo a alcohol que desprende el susodicho. Yo, cada vez más nervioso por la gente que me rodea, opto por caminar hasta el siguiente vagón con la esperanza de encontrarme más a gusto ya que mi viaje en metro va a ser largo.

Abro la puerta que separa los dos vagones y la cruzo. Al entrar me fijo en que este está más lleno de gente y que todos se giran para mirarme. Me siento demasiado intimidado como para pensar, así que me siento rápidamente en el primer sitio que encuentro, el cual resulta estar al lado de un hombre como un armario de grande, con la cabeza rapada y cara de pocos amigos... Pasado un rato no muy largo escucho unas carcajadas escandalosas que vienen del fondo del vagón, por lo que, curioso de mí, levanto la cabeza para mirar, y descubro a un grupo de unas cinco o seis personas, todas extremadamente delgadas y con heridas en los brazos como firma de doña heroína. Para colmo, veo que a la mujer de mi izquierda se le asoma algo parecido a una pistola en un bolsillo de su chaqueta rota. Definitivamente tengo miedo. Así que me incorporo y manteniendo la mirada en el suelo, atravieso el vagón para pasar al siguiente. Me dispongo a abrir la puerta temiéndome lo peor, cuando oigo un estruendo y veo que un cristal del vagón que estoy a punto de abandonar se ha roto. Ahora sí que no me lo pienso y avanzo hasta el tercer vagón de este metro del infierno...

PARTE 1/3

DOS AÑOS

Basándonos en lo evidente, dos años son 24 meses, unas 96 semanas, 730 días, o incluso podría decir que dos años son aproximadamente 17.520 horas. Dos años son todo eso si somos únicamente científicos y pensamos con el hemisferio izquierdo del cerebro.

Pero dicho espacio temporal pude tener un valor distinto. Por ejemplo, para un niño con esa edad, dos años son toda una vida, y sin embargo, para un hombre que se jubiló hace veinte y que desde entonces no ha hecho más que sentarse en su sofá y ver la televisión, dos años son tan solo un pellizco miserable de una existencia monótona y homogénea que pronto legará a su fin. Para un forofo del fútbol, dos años son la mitad del tiempo que queda para el próximo mundial. Por otro lado, para un estudiante de medicina dos años son solo un tercio de toda su vida universitaria, y significa que solo (si es positivo) o todavía (si es negativo) le quedan cuatro años de estudios y exámenes. En otro caso, que a un enfermo terminal le digan que le quedan dos años de vida puede ser mucho más de lo que se esperaba y quizá hasta se sienta feliz por ello. Los dos años que llevas con tu pareja pueden serlo todo, hasta que se acaben y no lleguen a ser nada más que dos simples años.

En definitiva, dos años pueden ser muchas cosas distintas dependiendo del momento y la situación. Y en mi caso particular, a mí me quedan dos años, solo dos años para saltar de la cima a la que estoy llegando para caer y empezar a escalar otra montaña más alta y con más nieve. Y sinceramente no sé qué sentir, porque tengo vértigo. Al mirar hacia arriba de la próxima montaña me mareo, pero a la vez me entra un cosquilleo por saber qué me encontraré y por ser consciente de que en el próximo ascenso no tendré ataduras y podré expandir mis alas, o al menos eso espero... Lo que quiero decir con esto es que el tiempo puede no ser matemático siempre, que mis dos años a mí me parecen poco, pero que a ti te pueden parecer suficientes, o incluso otra persona que se base en lo evidente podría decir que dos años son 24 meses, 96 semanas, 730 días o 17.520 horas...

NÚMEROS.

Dicen que el número prohibido es el 666, que el de la mala suerte es el trece. Dicen también que ser un segundón es algo fatal, que hablando de notas el diez es lo mejor y que en las competiciones el único número que tiene que estar en nuestra mente es el uno. Que los cuarenta son de crisis y que el veintiuno es un siglo de mejora. Dicen que el cero nos tiene que dar miedo ya que es la nada. Que el infinito es inalcanzable pero que existe. Asimismo, dicen que el que tiene millones es afortunado pero que con cuatro amigos verdaderos te vale. Dicen que hay que ser uno, pero luego te obligan a tener dos caras para complacer. Que la curiosidad mató al gato, pero que no importa porque tiene siete vidas. Que a la tercera va la vencida, pero a la de dos se cansan de intentarlo. Que cuatro ojos ven más que dos, pero luego lo usan como insulto. Dicen que quien te pone a cien es la persona, pero ponen el límite en noventa. Que no le busquemos tres pies al gato, pero no comprueban si el gato está cojo. Dicen también que la vida son dos días durante 48 horas, y cuando dejan de decirlo ya es tarde. Se dice que a quien roba a un ladrón, cien años de perdón, y de ahí lo de matar al asesino. Y por último, dicen que cuando los números hablan, se acaban las discusiones, pero no se dan cuenta de que están hablando solos y que cero personas les escuchan.